jueves, 29 de octubre de 2015

Cómo empezó todo

¡Saludos, amigos! Mi nombre es Fran, tengo 24 años y estoy aquí para hablaros sobre una de mis grandes pasiones: los juegos de mesa. He decidido crear este blog para compartir con cualquiera que esté dispuesto a leer estas entradas mis opiniones, impresiones y experiencias dentro del mundo lúdico. Como primer artículo del blog vengo a relatar los inicios de mi aventura en este increíblemente rico hobby y a explicar en qué se basa mi obsesión/afición por el mismo.

Hace ya unos años que soy un acérrimo fan de los juegos de mesa. Obviamente, como la mayoría de los que leáis esto intuiréis, no me refiero a los típicos Monopoly, UNO y Trivial que a todo el mundo se le vienen a la cabeza cuando mencionas que te gustan los juegos de mesa. No. Me refiero a sus descendientes: retos matemáticos, lingüísticos, a veces ricos en historia, otras en ambientación, otras simplemente fuente de risas, plagados de interacción social, de cooperación o de traición descarada... resumiendo: me refiero a los juegos de tablero modernos.



Todo comenzó, no tantos años atrás, en la universidad gracias a los descansos que solía tener entre clases. Dichos parones solían consistir en dos horas de espera antes de la siguiente lección y llegaba un punto en el que los temas de conversación se acababan o se hacían repetitivos entre los compañeros. Fue entonces cuando alguien propuso la brillante idea de matar el rato con diversos juegos de cartas. Lo probamos, funcionó y pasó a ser una nueva opción para hacer que el reloj avanzase un poco más de prisa.

El tema fue evolucionando, así como los juegos. El primer 'gran hit' fue el Saboteur (primera incorporación a mi colección). Un simpático juego de cartas y roles ocultos en el cual hay dos equipos: el de los enanos, que intentan abrirse camino hasta la preciada pepita de oro, y el de los saboteadores, cuyo único empeño es entorpecer el avance de los enanos hacia dicha pepita hasta que se acaben las cartas del mazo, logrando así frustrar por completo sus planes. Me gustaría saber cuántas partidas y horas de diversión nos dio a este juego. La prueba está en lo gastadas que están mis cartas (en esa época ignoraba la existencia de mis ahora preciadas fundas). Fue el juego que, de alguna manera, inició mi curiosidad, y la del grupo de compañeros de universidad, sobre qué otros juegos podríamos encontrar para pasar el rato. Y así fue que se plantó la semilla que florecería en un pilar básico de mi tiempo libre hoy en día.
Cuántas horas de risas dentro de una caja tan pequeña.
Aún así, tras pasar por diversos de los llamados 'party games' (Jungle Speed, Érase una vez, entre otros) se dio el verdadero punto de inflexión; la historia que se habrá repetido en la vida de muchos jugones y que parece ser condición sine qua non para acceder a este mundillo: El Colonos de Catan.  Una buena mañana en clase, Alejandro, uno de los compañeros que solía deleitarnos con novedades lúdicas, se acercó a  mí y pronunció las siguientes palabras: 'Fran, tengo el juego definitivo'. Obviamente ya no pensamos que se trate de  un juego insuperable, pero he de reconocer que tras una partida al Catan no pude sino asentir a aquellas palabras. De alguna manera, abrió mis ojos a toda una subcultura que parecía estar sepultada bajo aquella portada con dos señores tirando de un arado y mirando hacia un horizonte donde se puede apreciar unos edificios siendo construidos a la luz de un gigante sol naciente... (NOTA MENTAL: quizá hubiera bastado con poner la imagen y dejarme de descripciones innecesarias).
Todavía sale a la mesa, aunque no tanto como antes. 

Durante varios meses no hicimos más que jugar al Catan. Matábamos las horas pensando en lo adictivo de lanzar un dado y ver qué pasa, en la gratificante sensación de ver a tu pueblo crecer, expandirse y autoabastecerse, y en trucos mentales para convencer a tus amigos de que te dieran algo por tus ovejas (nadie quiere ovejas). Resumiendo,  fue el juego  nos inició en el placer de quedar y jugar. Habiendo superado aquella adicción, puedo ver que, si bien no es el mejor juego de todos los tiempos (tal y como habría jurado en aquél entonces), sí que es increíblemente útil como juego de entrada a este hobby. De allí que sea uno de los títulos básicos que cualquier tienda de juegos de mesa debe ofrecer. El Catan me enseñó muchas cosas. Me dio las herramientas para jugar a más y explorar este océano lúdico en el que tenemos la suerte de estar nadando. Gracias a aquellas partidas aprendí sobre la gestión de recursos, la importancia de la negociación, el control de territorio y que, aún teniendo la mano perfecta que te permitiría ganar en el turno siguiente, una mala tirada de dados podía enviarlo todo al garete.

De Catan llegué a Carcassonne, no sin antes dar un paseo en ferrocarril en ¡Aventureros al tren!, recorrer las junglas de Tikal, luchar contra fantasmas en Ghost Stories y salvar a la humanidad en Pandemic. Y heme aquí, en una pequeña habitación abarrotada de cajas con dibujos chulísimos , sentado a un escritorio, tecleando estas palabras para compartir un breve (quizá no tan breve) resumen de cómo empezó mi recorrido hasta ser un entusiasta jugador y un amante de podcasts, blogs y canales de Youtube que versan sobre el tema.  Solo puedo deciros una cosa: el viaje ha sido estupendo.